La decisión
Su
vida transcurría pacíficamente, muy pacíficamente. Se levantaba temprano a
prepararse un té y desayunar galletas, mimaba a su gato un rato y en otro rato
ya era hora de comer el almuerzo y si esperaba un poco más ya era hora de ir al
supermercado. Esa hora se había convertido en la parte emocionante del día:
preparaba su abrigo, su paraguas, revisaba sus zapatos, los limpiaba si era
necesario, tomaba su monedero, ponía mas monedas en él, revisaba que la estufa
y el horno estuvieran apagados, revisaba las ventanas, los cerrojos, que la
televisión estuviera apagada y entonces salía de su casa, poniendo mucha
atención en dejar todos los cerrojos bien cerrados. Y caminaba hacia el
supermercado, paso a pasito, entonces llegaba y tomaba una canasta pequeña
donde solo ponía té, más galletas y a veces pan, queso o alguna fruta. Daba
vueltas en la tienda, observaba a la gente, revisaba los productos que tuvieran
etiquetas atractivas, iba a la sección de frutas y verduras y las revisaba, las
olía y a veces hasta compraba alguna fruta suave cuyo aroma le hubiera llamado
la atención. Las horas se le iban en la tienda y le daban una sensación de
haber aprovechado el día. Sensación que se incrementaba con el cansancio que
sentía al llegar a su casa donde entonces, si esperaba un poco más, el sueño llegaba.
Pero estaba en realidad muy sola y a
veces se sentía muy abandonada por su familia y sus amigos. Su hija casi no la
llamaba por teléfono y solo la visitaba cada seis semanas para llevarle una
caja de comida congelada que le duraba otras seis semanas. La mayoría de sus
amigas habían muerto hacia algunos años. A veces se sentía tan sola que hacía
varios viajes al supermercado. El ritual de salir de su casa le ayudaba a
contener las lágrimas que comenzaban a llenar sus ojos.
Y así, poco a poco, fue que fue
tomando la decisión. A veces se olvidaba de ella, a veces le dedicaba largas
horas y la repensaba y la volvía a pensar. Otras veces pensaba que era una
tontería e intentaba olvidarse de la idea haciendo un viaje más al supermercado.
Otras veces la decisión le dolía profundamente o le avergonzaba terriblemente.
Pensaba en su hija, pero entonces pensaba en su vida y otra vez las lágrimas le
llenaban los ojos. Hasta que por fin un día, decidió que no habría marcha atrás
y que la decisión estaba tomada, pasara lo que pasara.
Decidió también, convertir la
decisión en un ritual. Se fue al salón de belleza, se arregló el pelo, las
manos y hasta los pies, se compró una crema para el cuerpo, para la cara, se
compró ropa nueva, unos zapatos, arregló su casa, compró unas flores. Escribió
en un papel lo que había decidido, cerro el sobre y lo llevo al correo.
Al día siguiente el diario local
tendría un anuncio nuevo y un teléfono: “Straight
lady 65, lives in Birkenhead area, would like to meet other lady with no ties,
for friendship and shopping call on 09875632”.