Refugiados
Ambos
se encuentran en el exilio, como tantos otros, desde hace años, muchos años. Ni
siquiera saben cuántos, no quieren pensarlo. Han venido huyendo desde hace
mucho tiempo, su historia es similar a la de tantos otros fugitivos.
Ella ha preferido sumergirse en el
tejido, teje gorros de estambre, muchos de ellos, todo el tiempo. Le emociona
tejerse un nuevo gorro, un suéter de vez en cuando. Es feliz combinando líneas,
colores, texturas. No hay mayor placer que mirarse al espejo cuando ha
terminado un gorro o un suéter nuevo. Si no le gusta, siempre se lo regala a él.
También tiene a sus perros, con ellos expresa el amor que tiene miedo de
demostrar, el que no posee, el que le fue negado, el que se niega a sí misma.
Con sus perros en cambio, se siente querida y quiere, los quiere mucho. En el
exilio siempre es difícil encontrar con quien expresar todo el cariño que el
dolor ha opacado por años. Ella no quería estar sola, tiene pavor a la soledad,
de manera que ha logrado hacerse de compañía. Ha contenido su voz, como una
forma de reprimirse a sí misma. Su voz es débil, temblorosa. La usa suave,
mustia, con la que libera el odio y la frustración acumulados, tal vez la
envidia cuando se asoma a vidas mejores. También su voz suave y chillona le
permite abrirse camino como víctima y para, al mismo tiempo, infringir
venganza. Infringe una constante venganza en cada momento, en cada persona, por
la maravillosa vida que le ha sido negada. Cuando la usa en tono alto y claro
es acaso para demostrar en un desesperado intento que ella tal vez puede,
ocasionalmente, salir de sí misma, ser ella y tener una vida digna; también
para demostrar que su vida no es tan patética como pareciera. Vanos intentos
que no logran más que hacer más evidente su silencio triste y continuo.
Él, por otro lado, tras el exilio encontró un trabajo en que
sumergirse, encontró el olvido en el monótono trabajo frente a una computadora.
En ella pasa largas horas, escribiendo, programando. También llena su vida de
pequeñas tareas para callar el silencio, para no pensar, para no recordar la
frustración, el dolor, la soledad. Siempre está ocupado. Se agota a sí mismo
para no pensar en el pasado, para no pensar en el presente, para olvidar que no
hay nadie en su cama que lo espere con abrazos ni deseo, para olvidar que nunca
ha habido nadie. Es mejor agotarse, sirve de excusa y justificación. Así que al
llegar la noche lo único que desea es dormir. El sueño, ese amante
complaciente, lo espera con dulzura y siempre le ayuda a olvidar. El exilio es
siempre doloroso.
Las vidas de Ruth y David se
entrecruzan ocasionalmente, los une su condición de refugiados, de la que nunca
hablan. En realidad prefieren no hablar mucho de nada. Viven refugiados de sí
mismos, desde hace años, refugiados de sus propios miedos que nunca quisieron
enfrentar. Viven juntos, en un matrimonio estéril que no saben cómo llegó y del
que jamás se cuestionan salir.