Diminuto

Basado en hecho reales.
Del tamaño de un pulgar, paseaba aquella vida mínima por el parque. Confiado pasaba de una moronita de pan a la siguiente, inspeccionando cada una con cuidado. Parecía no darse cuenta de su vulnerabilidad, ignoraba a la gente sentada en las bancas, a los perros, a los transeúntes.
            De pronto, con su diminuta gran agilidad atravesó el pasillo que separaba a una banca de la de enfrente. Angustiados, los demás no hacíamos más que mirar a un lado luego al otro, luego a él, calculando las probabilidades de que alguien lo pisara. Nosotros preocupados y él tranquilo se dedicaba a revisar los pedazos de pan dulce y las semillas. Iba y venía, invulnerable a los pasos de los que desde tan arriba no alcanzaban a verlo. Y nosotros seguíamos mirando a un lado, luego al otro, luego a él.
Una pareja de novios se acercaba, distraídos en su felicidad, comiendo una alegría y una palanqueta, mientras que él, estaba comiendo tranquilamente, justo en la mira de los pasos de la pareja. Pasaron junto a él sin que ninguno de los tres se diera cuenta. Pero nosotros sí y sufrimos mirando a la pareja, luego a él, luego a la pareja, luego a él.
Aquella vida diminuta se regresó a seguir comiendo debajo de la banca. Tomamos un poco de café. Respiramos. La pareja de enfrente reía con la emoción de la historia épica que acabábamos de presenciar. Pero que no había terminado, de hecho apenas empezaba, porque aquel héroe diminuto se lanzó otra vez a conquistar nuevas hazañas.
Ahora era una bicicleta la que se acercaba y nosotros, mirábamos a un lado, luego al otro, luego a él, medíamos las intenciones del ciclista, las de él, las del ciclista, las de él, y nos mirábamos unos a otros. La llanta de la bicicleta pasó justo a su lado generando una taquicardia generalizada y tazas de café enfriándose. Pero él, tranquilo, no se inmutaba mientras comía una moronita de pan y restos de dulce de almendra.

Se regreso del lado donde yo estaba, a seguir buscando pedazos de buñuelo o de galleta debajo de la banca. Respiramos con tranquilidad, sonriendo nos miramos sin decir nada pero compartiendo el alivio, como si de nosotros hubiera dependido su suerte. Y como en las historias de héroes legendarios, el diminuto ratón desapareció ágilmente entre los arbustos y las flores de aquel parque, ignaro de su grandeza, dejando atrás a los testigos de la leyenda.
Foto de Janeymx1.

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