El último beso

No podía haber nada peor a partir de ese momento. Ya habían superado la angustia, el dolor, la desesperación, el miedo y también el pánico. Les habían quitado absolutamente todo y ahora estaban seguros de que no volverían a salir de ahí, que la muerte era la única salida y que sin duda la tendrían. Ya no odiaban, ya no lloraban. Habían gastado toda la rabia y las lágrimas.
 Caminaban desnudos en aquel terreno polvoriento, las manos atadas, palma con palma y los pies unidos por un lazo lo suficientemente largo para únicamente permitirles caminar despacio. Hacia frío, apenas amanecía, pero el frío era una de las sensaciones que habían decidido ignorar hacía algunos días, semanas, tal vez meses atrás.
Caminaron durante algunos minutos y el murmullo de los que encabezaban la fila puso alerta a aquellos que iban mas atrás o a los que caminaban distraídos. Se acercaban a la fosa común. Algunos sintieron alivio, otros encontraron las últimas lágrimas. Les ordenaron hacer varias filas a lo largo de su tumba. Obedecieron. Sonidos de disparos y los cuerpos empezaron a caer, algunos todavía con vida porque los verdugos de aquel día eran aun inexpertos en el arte de matar.
Para los que aun estaban vivos y agonizaban en la fosa era una sensación extraña, pero hasta cierto punto reconfortante, estar rodeados justamente por esos otros cuerpos. Esa cercanía era ya lo único bueno a lo que podían aspirar. Mientras morían, buscaban los ojos y las manos de los que estaban al lado, para verse por última vez, para tocarse las manos en una despedida, para darse amor. Algunos consiguieron besarse por última vez.
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